miércoles, 31 de julio de 2013

Ensalada muy rica

Para el día del amigo organizamos una cena en un restaurante muy lindo,   especializado en carnes. Pero  también tenían una excelente cocina de platos varios.
La estrella de la carta  era el costillar vacuno a la cruz. Los hombres comieron de ese costillar, que se veía espléndido. Las mujeres comimos más suave.  Sobre todo yo,  que había comido algo en exceso al mediodía y no sentía deseos de nada que tuviese carne. Entonces ví en el menú una ensalada de esas con nombres exóticos. De raro  que era,  no  recuerdo como se llamaba. Pero me resultó tan rica,  que  tomé nota de los ingredientes. Luego la hice  en casa y para el blog.

Ingredientes de “Una ensalada muy rica”
Rúcula fresca, cantidad la que guste.
Tomatitos Cherry (para dos personas usé ¼ kg).
100grs de queso roquefort (Para dos)
1 palta grande tipo Hass, bien a punto
Aceite de Oliva a gusto
Sal
Aceto o limón


Preparación
Lavar la rúcula y centrifugar para que quede bien seca. Reservar.
Cortar el queso en daditos pequeños.

Pelar la palta y cortar en trozos medianos. En una ensaladera mezclar todo con los tomatitos. Condimentar al momento de servir. Muy buena!!!


jueves, 25 de julio de 2013

El Picaflor

Ando bastante haragana para cocinar, así que voy a remontar un item que ya he desarrollado en este blog,  donde no solo se trata de recetas de cocina, sino también de historias y leyendas. Siempre me gustaron las leyendas de nuestro país y las hay en abundancia. Cada región, cada provincia tiene sus propias leyendas, unas más bonitas que otras. Aquí va la:

Leyenda del Picaflor (Leyenda guaraní)



Había una india muy bella que se llamaba Flor y estaba enamorada de un indio joven y valiente. Un día, el padre de Flor se llevó a su hija a otra tribu, donde estableció una nueva morada ; y el enamorado quedó sumido en tanta tristeza que se convirtió en ave.


Desde entonces revolotea  por todas las flores para encontrar alguna vez a su Flor. En esta leyenda de origen guaraní, al Picaflor se lo llama "Mainunbi". 
Hay muchas especies de picaflores ; el ventriazul, el garganta verde, el oreja azul, el dorado, el vientre blanco o el vientre canela, el coludito rojo...


Superticiones y creencias
 Cuando el picaflor revolotea cerca de una persona, anuncia visita.
 Donde hace nido el picaflor, no cae el rayo ni hay incendio.


jueves, 18 de julio de 2013

Fideos con crema de espinacas

Hola, hace unos cuantos días que tengo abandonado el blog. Pero ayer hice una receta tan fácil, rápida y rica que quise compartirla con Uds.
Ahora que hace frío y  hay espinacas  lindas y frescas, nada mejor que un rico plato de pastas con crema de espinacas.
Yo usé una pasta seca,  corta y de grano duro, pero cualquier tipo de fideos sirve para esta receta.

Ingredientes
½ Kg de fideos
2 atados de espinacas frescas
50 grs. de manteca
2 cucharadas gordotas de harina
½ litro de leche
1 diente de ajo bien picado
Pimienta blanca en grano, molida.
Nuez moscada
Sal
Queso rallado, a gusto

Preparación
Lavar las espinacas, darles un hervor y escurrirlas muy bien apretándolas fuerte para que queden  con la menor cantidad posible de agua. Procesarlas junto al ajo picado. Reservarlas.
Poner una cacerola con agua sobre el fuego. Cuando rompa el hervor, echar los fideos y cocinarlos “al dente”.


Mientras, en otra cacerola derretir la manteca, agregar la harina e ir incorporando leche hasta preparar una salsa blanca que debe quedar espesa.  En ese momento se agrega la espinaca procesada con el ajo y se mezcla muy bien. Condimentar con sal, pimienta y nuez moscada.


Escurrir en colador los fideos y se pueden servir de dos formas:
La primera, con la crema de espinaca por encima y cada cual agrega queso rallado a gusto.


La otra es mezclar toda la crema de espinacas con todos los fideos (a mi me gusta más de esta forma) y servir la pasta impregnada de crema. De esta manera toma muy buen sabor. Siempre bien caliente.


Muy, muy rica!!!

lunes, 1 de julio de 2013

Manuela y las cotorritas. (Cuento)

            Manuela a los 9 años fue a vivir  un tiempo a la casa de su abuela. Esta   había venido de Alemania a los 57 años y cuando  Manuela la  conoció, varios años más tarde,  ya era una persona  mayor que no había logrado aprender el castellano, apenas sabía unas pocas palabras. Los nietos la llamaban “La Oma”.
             Durante su vida en Alemania había pasado por  las dos guerras mundiales  con mucho sufrimiento. Tenía un  carácter  serio y formal. Parecía una persona muy justa y dentro de lo que se permitía a sí misma, cariñosa.
            La Oma no hablaba español y Manuela  no sabía nada de alemán, pero de alguna forma lograban comunicarse. Utilizando gestos y mímica,  de a poco comenzaron  a entenderse.
            La Oma tenía dos cotorritas verdes que ocupaban  una amplia jaula. Las cuidaba mucho. A la noche las cubría  con una funda confeccionada a medida de la jaula para que no tuviesen frío y además, para que no madrugasen mucho.


Todas las mañanas cumplía el mismo ritual. Quitaba la funda de la jaula, cambiaba el papel con los excrementos del día anterior por uno nuevo, siempre era una hoja del  Argentinisches Tageblatt, que era el diario que ella recibía semanalmente. Luego renovaba el agua y las semillas de los comederos. Todo lo hacía mientras  murmuraba palabras en alemán y las cotorritas parloteaban sin parar.


 Manuela  llegó a creer que las cotorras y  La Oma  se entendían en alemán. A veces ésta, les ofrecía semillas con la palma de su mano dentro de la jaula y ellas picoteaban sin temor. La armonía entre las cotorras y La Oma era total.
            A media mañana si el tiempo era bueno, sacaba la jaula al jardín, donde había un gancho instalado especialmente para sostenerla. Ahí las cotorras recibían un  refrigerio extra que podía ser,  unas hojas de lechuga o algunos  trozos de frutas.
Transcurrido el día, al atardecer volvían a la cocina.
            Pero había algo muy especial que La Oma hacía con las cotorritas dos veces a la semana, como si les otorgase un premio. Cerraba la ventana de la cocina, abría la canilla de agua fría de la pileta y regulaba un chorrito pequeño de agua. Entonces abría la puerta de la jaula y ambas cotorras salían. Revoloteaban un rato por la pequeña cocina para luego ir a bañarse debajo del chorrito, siempre parloteando  y peleando  para ocupar el lugar bajo el agua.
            Manuela  no podía abstraerse al espectáculo de  los pájaros bañándose con tanta  naturalidad en el agua, sacudiendo las alitas, revoloteando y peleando entre ellas. 
Cuando se cansaban,  solitas volvían a su jaula. Allí  quedaban hasta que La Oma les cerraba la puertita. Se entendían tan bien entre las tres,  que  la niña pensaba:
-¿Que pasaría si algún día una de ellas desapareciese?
            Ver la escena del  baño era un momento tan grato para Manuela que  pedía a su abuela que lo hiciese todos los días. Pero por alguna razón que nunca supo, La Oma se negaba.
            La Oma,  todas las tardes dormía una siesta más o menos larga. Un día de bastante calor,  Manuela dijo:
─ ¿Por qué no bañar a las cotorritas con este calor?
Allí mismo puso manos a la obra. Abrió la canilla de la pileta y reguló  el chorro de agua para que no fuese muy fuerte. Entreabrió la puertita de la jaula y se sentó a mirar.
Al principio ambas cotorras no salían de la jaula. Miraban a la niña con cierto temor.
Ella esperó tranquila. Observó  como de a poco se acercaban a la puerta, pero aún no se animaban a salir. Entonces abrió un poco más el chorrito de agua,  para que el ruido las estimulara.
            Primero salió una, se posó sobre el mármol de la mesada y parecía llamar a la otra que se veía más indecisa. Cuando salió la segunda, la niña se puso contenta esperando el baño bajo el agua, pero en cambio lo que hicieron las dos cotorritas, fue salir volando muy rápido por la ventana, a la cual Manuela,  había olvidado  cerrar.
            No lo podía creer. ¡Ohh! ¿Qué iba a decir su abuela?
 Las tenía que atrapar sino La Oma se iba a disgustar terriblemente. Salió corriendo al patio, todavía estaban allí, sobre unas plantas. 


Más cuando la niña se acercó volaron más alto y atravesaron una pared que daba al jardín del vecino. No sabían volar, era el  debut, ni siquiera desplegaban bien las alas. Manuela  trepó a la pared con un banquito y  consiguió verlas posadas en la rama de un árbol. Corriendo fue a  casa del vecino, golpeó la puerta y a los gritos pidió:
─ ¡Don Pedro, Don Pedro! Por favor déjeme pasar. Se me volaron las cotorritas de mi abuela y están en el árbol de su jardín...


El buen hombre y su mujer  quisieron ayudarla. Consiguieron una escalera y cuando el vecino estaba subiendo, ambas cotorras levantaron vuelo y nunca más las volvieron a ver.
Manuela  muy angustiada exclamó:
─ ¡Nunca estuvieron sueltas! Si no saben ni volar… ¡Las van a devorar los gatos!
            Creyó  que su abuela  iba a enloquecer cuando se enterara de lo que había hecho. ¡Que audacia la suya!
Rompió en llanto. ¿Cómo iba a  contarle el fatal desenlace a La Oma?
Los vecinos al verla tan desconsolada y arrepentida de su travesura, ofrecieron acompañarla, pero con la condición de que ella debía decir la verdad.
Finalmente,  Manuela  hipando entre sollozos y con temor,   contó  los hechos a La Oma. Ante el  asombro de todos los presentes, La Oma  dijo:
─ Vamos a tener que comprar otras dos cotorritas.
A la semana siguiente la jaula tenía  sus nuevas cotorritas y estas eran iguales a las anteriores. No había diferencia alguna.
            Pero había algo que Manuela no entendía ¿Por qué las cotorritas al principio dudaban de salir de la jaula? Ellas si habían visto la ventana abierta. Finalmente la niña creyó entender  la duda de los dos pájaros.   “La elección”: ¿La cómoda vida en la jaula?  o ¿La peligrosa, pero  atrayente y  subyugante libertad?